Me Gusta

miércoles, 9 de marzo de 2011

Rompiendo el Cielo - Capítulo 1: El Escape

Podía oírla respirar con dificultad. Lo más probables es que fuese culpa del cansancio, y no era para menos ya que llevábamos corriendo cerca de cuarentaicinco minutos, solo deteniéndonos por un par de minutos, ya que no sabíamos si nos seguían.

-¿Cuánto falta para llegar a tu auto? –me preguntó tratando de hacer el menor ruido posible y intentando regular su respiración, ya que parecía que el corazón le iba a estallar en cualquier momento.

-No lo sé. –le respondí mientras intentaba recordar el camino por el cual había llegado hasta la casa donde la tenían escondida. –Creo que es hacia el sur, pero no estoy seguro.

-¿Crees que alguno ha sobrevivido y que nos sigue? –Me preguntó, y se le podía notar el temor con el cual realizó la pregunta, el que se debía a que no podía evitar recordar el dolor que le hicieron sentir durante las innumerables horas en que fue torturada por esas cosas.

-No podría saberlo, ya que todo sucedió muy rápido, y preferiría no correr riesgo alguno, por lo menos no hasta que hayamos podido atender de manera apropiada tus heridas.

Mi respuesta la llevo a que se revisara los vendajes en los brazos y piernas que le había hecho rápidamente, luego de haberla soltado de las amarras en que la tenían. No se veían mal, pero no sabía cuánto tiempo pasaría antes de poder desinfectarlas y vendarlas nuevamente.

Habíamos descansado unos buenos cinco minutos por lo que le señalé que debíamos reanudar la marcha en dirección al sur. Ella me dedicó una sonrisa amable y trató de esconder el dolor que lo causó el levantarse y empezar a caminar.

El bosque era bastante denso, lo cual nos ayudaba mantenernos ocultos mientras caminábamos cada vez más lento por culpa de sus heridas. No le dije nada y simplemente aminoré el paso para no hacerle sentir mal. Suficiente calvario había sufrido para tener que más encima ser víctima de mi obsesión por llegar lo más rápido posible al auto. Además, no habíamos tenido el menor indicio de que nos estuvieran siguiendo, pero no estaría tranquilo hasta haber encendido el auto y estar en dirección a casa.

Habían pasado unos veinte minutos desde que reanudáramos la marcha y cada vez había menos espacio entre los árboles, lo que indicaba que estábamos próximos a abandonar el bosque. Nos iba quedando poca luz, pero ya empezaba a reconocer el terreno, y no debía quedar mucho para salir al camino principal y de ahí solo unos cuantos metros hasta el auto.

-Ya queda poco. –le dije intentando sonreír. –Ya reconozco el camino y no queda mucho para salir del bosque y llegar al camino principal. Y así fue, bastó con caminar unos cuantos metros más para salir al camino, y a lo lejos poder ver mi auto. Ella sonrió al ver que al fin había algo de esperanza para ella y que podría dejar atrás todo lo malo que le había pasado.

Ella no se dio cuenta, pero había comenzado a acelerar el paso, intentando llegar lo más rápido posible a lo que ella veía como su salvación. La seguí deprisa, pero sin dejar de mirar a todos lados, ya que no contábamos con la protección que ofrecía el bosque, y si alguien nos había estado siguiendo, ahora podía vernos sin problema y no dudaría en aprovechar esta situación, pero para mi sorpresa nada de eso pasó. Llegamos al auto sin divisar a nadie en los alrededores.

–Estamos a salvo. –dijo ella mirándome como lo haría una niña pequeña a su padre. La felicidad en su rostro era desbordante, y la verdad era como si todo su cuerpo irradiara felicidad, tanto así que parecía que la oscuridad que nos rodeaba desaparecía y solo quedaba luz a nuestro alrededor. Era una sensación muy extraña, como que de un momento a otro sentí paz y tranquilidad. Tanto así que llegué a despreocuparme completamente de nuestros supuestos perseguidores, algo que en completo poder de mis sentidos no habría hecho, ya que el entrenamiento en la academia de policía y los constantes consejos de mi padre y hermanos sobre que uno nunca debe bajar la guardia, no importa cuán seguro uno se sintiera lo permitirían.

-Déjame ayudarte a subir al auto, bastante esfuerzo has hecho para llegar hasta aquí. –Me acerqué por su lado del auto y le ayude a abrir la puerta y a subirse en el, ya que se notaba bastante exhausta. Cuando estuvo totalmente sentada en el asiento del copiloto cerré la puerta y comencé a caminar hacia el lado del conductor, pero a la altura del maletero sentí un ruido extraño, como si se tratara de una risa, pero era muy vaga y a penas se oía.

Miré en todas las direcciones, pero no logré ver nada. Todo estaba tal cual como lo habíamos visto al llegar al auto, lo único distinto era ese sonido parecido a una risa. Le saqué el seguro a la funda de mi arma y la cogí lentamente. Volví a mirar en varias direcciones, pero no había nada. Debía ser el cansancio y los nervios los que me estaban pasando una mala jugada, por lo que me dirigí hacia la puerta del conductor, pero sin guardar mi arma. Había aprendido hace tiempo a siempre esperar lo peor y que uno nunca sabe cuando algo malo puede pasar.

Al llegar a la puerta del auto volví a revisar el perímetro, pero no había nada. –¿Qué pasa? –me preguntó inquietándose un poco por mi demora. –Creí escuchar algo –le respondí guardando mi pistola-, pero no he visto nada –agregué mostrándole una sonrisa-, deben ser mis ner… -pero antes de que pudiese terminar la frase, sentí un golpe seco en mi espalda que me hizo perder el equilibrio, por lo que caí de rodillas y me golpeé la cabeza con la puerta del auto y mi visión se fue a negro.

Volví a abrir los ojos y me di cuenta que aún estaba en el suelo y que había perdido el conocimiento por un par de segundos. Busqué rápidamente mi pistola, pero mi funda estaba vacía. Me giré hacia el otro lado y la pude ver tirada en el suelo a pocos metros del auto, y un poco más lejos a un hombre que estaba parado con los brazos cruzados y una sonrisa en la cara. Estaba mirando en mi dirección como esperando a que yo hiciera algo. Buscaba mis ojos con los suyos, como para tratar de adivinar cuál sería mi próximo movimiento, pero mi única preocupación en ese instante era saber si ella se encontraba bien dentro del auto. Miré por debajo de este y vi que al otro lado, por la puerta del copiloto, habían unos píes que deberían ser de otro hombre; fue entonces como escuche que éste estaba forcejeando la puerta para tratar de abrirla. Esto me dejaba un poco más tranquilo, ya que significaba que ella se había encerrado en el auto.

El tipo que estaba parado mirándome no hacía ningún tipo de movimiento, probablemente debido a que no me consideraba una amenaza estando tirado en el suelo, y en especial después del golpe que me di en la cabeza. Miré lentamente hacia mi tobillo, donde tenía mi arma de repuesto, luego esperé a que el tipo dejara de mirarme, aunque fuese por un segundo y así poder sacar el arma y usarla. Para mi suerte no tardó mucho en perder el interés en mí, ya que su compañero estaba teniendo problemas para abrir la puerta del auto y sacarla de este. Al ver la frustración de su compañero, él se acercó al auto sin mirarme, y fue entonces cuando haciendo un movimiento rápido, con mi brazo derecho, cogí el arma que tenía en mi tobillo y le descargué dos disparos en el pecho, lo que hizo que callera al suelo de espalda. Ante esto, el tipo que estaba tratando de abrir el auto se quedó mirando a su compañero tendido en el suelo, por lo que aproveché la oportunidad para disparar contra él también.

Descargué las cuatro balas restantes de mi revólver, impactando solo una de ellas en uno de sus brazos, ante lo cual cayó al suelo retorciéndose de dolor. Arrojé el revólver al suelo y corrí a recoger mi otra arma que estaba en el suelo y que tenía más balas. Mientras tanto, ella estaba inmóvil dentro del auto, con las rodillas llevadas al pecho y abrazándose las piernas con ambos brazos. Lagrimas corrían por sus mejillas, y se le podía ver como recitaba algo, ya que apenas movía los labios, pero no hacía sonido alguno.

Recogí mi arma del suelo y comprobé que tuviese una bala en la recámara, y luego caminé apuntando hacia el lado del copiloto del auto. Al llegar, quedé atónito al ver que él ya no estaba ahí, de hecho no se encontraba por ninguna parte. Rápidamente me giré para ver si el cuerpo del otro tipo seguía en el suelo, y nuevamente me llevé una sorpresa al ver que tampoco estaba. Era como si por arte de magia se hubiese levantado y desaparecido.

–No puede ser. –me dije a mi mismo mientras buscaba algún rastro que me señalase hacia donde se habían ido. No encontré nada, era como si se hubiesen esfumado. Decidí que era mejor aprovechar esta oportunidad para subir al auto e irnos de este lugar. Me acerqué a la ventana del piloto y le di unos golpecitos con la mano al vidrio para llamar la atención de ella. Al ver que era yo, se apresuró a sacarle el pestillo y dejarme entrar.

-¿Estás bien? –le pregunté mientras me acomodaba en el asiento del auto. Ella no me respondió, solo se limitó a quedarse mirándome fijamente, como si hubiese algo malo en mi rostro. -¿Pasa algo? –volví a preguntarle, pero nuevamente no me respondió, pero si me hizo un gesto con el dedo, de que algo tenía en mi frente. Lentamente llevé la mano hacia la frente, solo para darme cuenta de que el golpe que me había dado en la puerta del auto me había producido un corte y que sangre estaba brotando de el. Me limpié la sangre con la manga de la camisa y prendí el automóvil. Di un giro rápido para tomar el camino que debíamos seguir para salir de donde estábamos y dar con la carretera.

-Ya estamos a salvo. –le dije mientras fijaba mis ojos en ella. No hubo respuesta alguna de ella. Parecía como si estuviese en trance o algo parecido. Mantenía sus ojos clavados en el camino y no hacía el menor gesto de prestarme atención, y se podía ver que seguía recitando algo, pero sin hacer sonido alguno.

–No hay nada de preocupa… -pero antes de que pudiese terminar la frase ella me interrumpió. -¡Cuidaaaadooooo! –grito ella mientras se tapaba los ojos y hundía la cabeza entre las piernas. Rápidamente volví mi rostro hacia el camino para ver que los dos tipos se encontraban parados en la mitad del camino bloqueándonos el paso. No lo pensé dos veces y apreté el acelerador del auto a fondo y afirmé el volante del auto y los atropellé a los dos. Pude sentir como rodaban por encima del techo del auto tras recibir el impacto, que a cualquier persona normal hubiese hecho papilla, pero mientras miraba por el espejo retrovisor pude ver que ellos cayeron de píe en el suelo, como si no hubiese pasado nada.

-No puede ser. –dije en voz alta mientras seguía mirando por el espejo retrovisor y veía como nos alejábamos de ellos. –Deberían estar muertos. –agregué intentando buscar una explicación a lo que había pasado, pero nada de lo que pensaba podía explicar cómo alguien podía sobrevivir a un par de disparos en el pecho y luego ser atropellado y quedar sin ningún rasguño.

-¿Qué está pasando aquí? –le pregunté con tono poco amistoso, pero no hubo respuesta de su parte. -¿Quiénes son esos hombre y por qué te están siguiendo? –volví a preguntar, esta vez con tono más fuerte, pero nuevamente no conseguí una respuesta de ella, lo que me estaba comenzando a sacar de quicio, pero antes de que pudiera volver a preguntar ella me interrumpió. –Lo siento mucho. –me dijo mientras lagrimas le caían de los ojos. –No sé quiénes son y qué es lo que buscan, lo único que sé es que quieren hacerme daño. –agregó y luego se quedó en silencio y no volvió a decir nada más. -No te preocupes, yo no dejaré que te hagan daño, no al menos mientras yo pueda evitarlo. –le respondí con más calma, y ella me dio una sonrisa para luego quedarse dormida.

Debo haber conducido por al menos dos horas y medias, durante las cuales ella durmió profundamente, y la herida que tenía en mi cabeza había estado sangrando sin detenerse, lo que hacía más difícil poder concentrarme en el camino. De la nada, una sensación de sueño comenzó a invadirme, la cual se iba expandiendo poco a poco por mi cuerpo. –Debe ser la pérdida de sangre. –me dije a mí mismo redoblando mis esfuerzos por no dormirme, pero era en vano. Cada segundo que pasaba me costaba más y más mantener los ojos abiertos, y los brazos me pesaban un montón. –Esto es. –pensé. –Hasta aquí llegaste. –pero antes de que me rindiera y me dejase llevar por las ganas de cerrar los ojos, vi como un letrero aparecía en el horizonte conforme salíamos de la curva del camino. Era un motel. Pisé el acelerador y conduje lo más rápido que pude, pero la falta de motricidad hizo que realizase unas maniobras un tanto bruscas al entrar en el estacionamiento, con lo cual ella se despertó. -¿Dónde estamos? –me preguntó mientras bostezaba. No le respondí y me concentré en aparcar el auto en el rincón más oscuro que encontré. Apagué el motor del auto y antes de perder el conocimiento la mire a ella y le dije sonriendo -Estamos a salvo.

jueves, 3 de junio de 2010

La Cacería

Cansado estaba, y no era para menos ya que llevaba andando más tiempo del que podía recordar. Pero no podía parar, ya que de alguna forma sabía que él estaba al acecho, esperando su oportunidad, siempre vigilante. Él No tenía apuro, de hecho tenía todo el tiempo del mundo, estaba disfrutando la persecución. Hacía tiempo que no lo hacía.

El camino de tierra no era del todo claro y habían muchas piedras, por lo que tropezaba a menudo. Cada vez que caía me levantaba rápidamente y sin mirar atrás, ya que sentía su respiración y su risa en mi nuca.


Iba anocheciendo velozmente y con cada nueva sombra que aparecía él se iba haciendo más fuerte. Iba murmurando cosas que yo no entendía bien, pero me las imaginaba ya que; qué más podía estar pensando sino era en cómo iba a devorarme; si lentamente o rápidamente; si guardaba para el final lo mejor o iba directamente a eso. Los murmullos siempre terminaban con una risotada malvada, la cual me ponía la piel de gallina.


Para mi suerte yo conocía el camino y él no, por lo que sabía hacia donde estaba yendo, o al menos eso pensaba ya que el cansancio hacía que me confundiera y que viera puntos de referencia que no debían estar donde estaban, pero de igual manera me iba acercando a donde quería llegar. Al salir de la arboleda, el camino debía cruzar un pequeño campo abierto, para luego cruzar un pequeño riachuelo y así dar con una cabaña de dos pisos que mi padre había construido varios años atrás.


Ya casi no quedaba luz cuando salí al campo abierto. Noté que él se detuvo antes de cruzar el último árbol y se escondió en su sombra. El sol brillaba pálidamente y todavía no desaparecía completamente por el horizonte. Él había cambiado su murmullo: ahora solo se oía como maldecía al sol, y solo podía limitarse a ver como yo me alejaba lentamente hacía el pequeño río. Pero el también sabía que no tardaría mucho más tiempo en caer la noche y que me daría alcance velozmente. Lo que él desconocía era que al otro lado del riachuelo estaba mi santuario.


El pequeño campo abierto era más extenso de lo que recordaba. Ya casi no quedaba luz y aún no había llegado al río. Me faltaba unos 50 metros cuando el sol se escondió y la noche se hizo presente, y fue ahí cuando oí su grito agudo que me heló la espalda. Comencé a correr alocadamente en dirección de la casa, crucé el riachuelo estando a punto de caerme y al salir de éste la pude ver. Estaba a pocos metros por lo que hice un esfuerzo adicional para llegar hasta la puerta. Saqué la llave de mi bolsillo y la introduje en la ranura de la manilla y la hice girar. Sin mirar atrás la abrí me metí en la casa y cerré la puerta con un portazo tras de mi. Estaba a salvo.


Mi cabaña, el lugar al cual mi padre solía traerme cuando niño. Recorríamos los campos y los bosques juntos. Fue aquí donde me enseñó a cazar, a cocinar y a valerme por mi mismo en caso de adversidad. Solía contarme historias para hacerme dormir. Algunas de ellas eran entretenidas y otras aburridas; algunas de suspenso y otras de terror. Mis favoritas eran las de hombres lobo y las de vampiros. Él las contaba tan bien que muchas veces no podía dormir, pero siempre estaba a mi lado para decirme que esas cosas no existían, que era simples historias. Cuan equivocado estaba.


Podía oírlo dando vueltas afuera de la casa, estudiándola, buscando los puntos débiles. No los encontraría. Bueno, excepto uno, que yo había dejado de manera deliberada para estos casos, ya que no era la primera vez, ni sería la última, que había enfrentado a una de estas cosas. Cosas, porque no eran hombres, ya que solo vivían para satisfacer su necesidad de alimentarse de la sangre de otros seres vivos.


Tenía algo de tiempo, ya que él no era tonto. Ya había deducido que solo había una entrada a la casa y que yo lo estaba esperando, por lo que ahora ambos jugábamos al mismo juego: esperar a que el otro perdiera la paciencia y actuara alocadamente. Eso si, yo tenía la ventaja ya que yo no necesitaba alimentarme y el sí, y con cada minuto que pasaba su hambre se acrecentaba más y más, nublándole el juicio, obligándolo a actuar sin pensar.


La casa no era muy grande, solo dos pisos. Living, comedor, cocina y un baño en la primera planta y, 3 habitaciones y un baño en la segunda. No había mucho donde ir, y mi olor lo arrastraría hasta el primer piso justo en mi dirección. Debía bajar por la escalera, la cual era estrecha y con paredes a los lados, por lo que yo solo tenía que esperarlo apuntando con mi arma en esa dirección.


Él se tomaba su tiempo. Podía oírlo revoloteando por fuera de la casa lanzando maldiciones a la noche. A ratos se callaba para luego gritar con fuerza algo que yo ya no podía entender. El hambre le iba quitando lo poco que le quedaba de humanidad.


De a poco comencé preocuparme. Nunca había tomado tanto tiempo en que estas cosas perdieran el control y entraran en la casa de forma descontrolada para solo caer en mi trampa. Él era distinto. Habían pasado un par de horas y aún no se decidía a entrar. Por un rato lo escuché tratando de botar una de las puertas de la casa, pero yo las había reforzado muy bien y no cederían, especialmente después del incidente que tuve la segunda vez que cazaba a uno de estos monstruos, y que por poco no la cuento. En aquella oportunidad el monstruo era gigante, debía medir casi dos metros y tenía un cuerpo muy robusto, creo que era un luchador o algo así, y tras pasar un rato buscando como entrar a la casa simplemente cargó de frente contra la puerta arrancándola de cuajo y pillándome completamente por sorpresa. Suerte la mía que con el golpe que le dio a la puerta, junto con tirarla abajo, quedó medio atontado por lo que simplemente me limité a a vaciarle tres cartuchos de mi escopeta en el pecho, con lo cual quedó tirado en el suelo retorciéndose de dolor, pero no muerto. Había que cortarles la cabeza, era la única forma de que no volviesen a levantarse.

Tras darse cuenta que por mucho que lo intentara la puerta no cedería se detuvo y nuevamente comenzó a maldecir, pero esta vez se le escuchaban sollozos entremedio. De tanto en tanto se detenía y me pedía perdón y me invitaba a salir para que pudiésemos conversar, pero al no oír respuesta de mi parte me gritaba todo tipo de obscenidades que terminaban con un golpe de puño en la puerta. Tras repetir esa misma escena tres veces se cayó y por un buen rato, al menos unos veinte minutos, no pude oírle hasta que por fin se rindió y hizo uso de la entrada que yo tenía preparada para él.

Desde que entrase a la casa por la ventana del segundo piso, no debía tomarle más de treinta segundos en llegar hasta donde estaba yo, ya que mi olor sería demasiada tentación para él. Y así fue, tras entrar por la ventana, oí su frenética carrera por el pasillo del segundo piso que dirigía a la escalera y me apresté a disparar mi escopeta apenas apareciese frente a mí. Respiré hondo y aguante la respiración para que mi puntería fuese más precisa, pero de nada sirvió ya que el bajó las escalera a tal velocidad que apenas pude atinar a apretar el gatillo una sola vez, impactándole en el su hombro, con lo cual no pude detener su carrera del todo y alcanzó a llegar donde estaba yo y pegarme un zarpazo en el pecho.

Caí al suelo sintiendo un dolor horrible en el pecho, como si arañazo hubiese derretido mi piel. No sabía donde estaba él, solo sabía que le había dado, por lo que disponía de algunos segundos para tratar de recoger mi arma y aprestarme para una segunda carga. Sin levantarme y con los ojos escaneando la habitación, busqué a mi alrededor
con mi mano derecha el rifle que había soltado tras ser impactado por él. No me costó mucho encontrarlo. Lo tomé con fuerza, y con la otra mano me arrastré hacia la pared que estaba atrás mio y apoyé la espalda en ella sin levantarme. ¿Dónde se había metido? me pregunté a mi mismo. No lo veía por ninguna parte.

Él tenía la ventaja ahora. La iluminación de la habitación era muy mala y habían muchas sombras donde podía esconderse. El dolor en el pecho no me dejaba concentrarme, y cada segundo que pasaba sentía como la piel se me quemaba alrededor de la herida que me había producido. Estaba sangrando bastante y sentía como iba perdiendo el conocimiento poco a poco; se me nublaba la vista y sacudía la cabeza constantemente como tratando de mantenerme despierto. Tras luchar por un par de minutos para mantenerme alerta, y sin poder conseguirlo, me recosté sobre la muralla dándome por vencido y dispuesto a ser comido por aquel monstruo. Pero cuando eche la cabeza hacia atrás, pude ver como él estaba por encima mio caminando por la pared en mi dirección. Al notar que había descubierto su plan, se dejó caer velozmente sobre mi, y haciendo un último esfuerzo levante la escopeta con mi brazo derecho y descargué una ráfaga de perdigones en su estómago, pero esto no fue suficiente para impedir que cayera sobre mí y que hundiera su garra derecha en mi hombro izquierdo, paralizándome casi por completo por el dolor; pero no solo yo estaba sintiendo un gran dolor en ese momento. El disparo que alcance a darle le había hecho un orificio en su abdomen, por el cual salía gran cantidad de sangre, la cual era muy viscosa y con un olor repugnante, muy semejante a un cuerpo en estado de putrefacción.

Nos quedamos inmóviles por unos segundos. Yo podía sentir como los dedos de su mano derecha se hundían poco a poco en mi hombro izquierdo desgarrándome la carne. Intenté sacudírmelo de encima, pero su peso era demasiado para mí en la posición en que me encontraba. Podía ver en sus ojos mientras me observaba sin moverse, que él también estaba sintiendo gran dolor por el disparo en su abdomen. Pero el tenía la ventaja, ya que su monstruosa condición le permitía sanar más deprisa que yo, y no tardaría en poder darme el golpe final.

Debía buscar la forma de acabar con él antes de que recobrase la suficiente fuerza para liquidarme. Intenté nuevamente de sacudírmelo de encima, pero con cada movimiento que hacía podía sentir como sus dedos se introducían más en mi hombro. intenté mover la escopeta en su dirección con mi mano derecha, pero la posición en que estábamos no me facilitaba las cosas. Me costó apuntarle, pero al final logré ponerla en dirección de su pecho. El se dio cuenta de esto y intentó oponer algo de resistencia, pero fue inútil ya que aún no tenía fuerzas suficientes. En su rostro se notaba la impotencia de no poder hacer nada para impedirme que jalara el gatillo del arma. Tomé un poco de aire, tratando de hacerlo mirando en dirección contraria de él ya que de su cuerpo aún emanaba aquel hedor hediondo. Tras tomar un par de bocanadas de aire, puse mi dedo indice en el gatillo del arma y jalé de este solo para encontrarme con la sorpresa de que no le quedaban cartuchos. Volví a jalar del gatillo una segunda y tercera vez sin que nada pasase. Él al notar que nada pasaba, y que yo seguía tratando de disparar sin resultado, comenzó a reír en voz muy baja, haciéndome saber que pronto él ganaría esta batalla.

Mi impotencia era completa. No sabía que hacer, todos mis esfuerzos por zafarme eran inútiles, y con cada minuto que pasaba él se iba haciendo más fuerte y yo más débil. En un último intento por liberarme, y haciendo uso de mis últimas fuerzas, levante mi brazo y introduje mi mano derecha en el orificio que tenía en su estomago. Creo que con ese movimiento sentí más dolor yo que él, ya que su sangre quemaba mi piel, pero eso ya no importaba, tenía que conseguir hacerle daño y que con eso me soltara. Una vez dentro mi mano en su abdomen, tomé parte de sus entrañas y las retiré violentamente. El soltó un grito de dolor y se estremeció. Sentí como su mano se aflojó por un momento en mi hombro, por lo que volví a repetir la operación, y esta vez al tomar las entrañas, giré mi mano y luego volví a retirarla. Realice la acción una tercera vez, y con ésta conseguí que me soltara, y sin pensarlo dos veces tomé la escopeta y comencé a arrastrarme lejos de él. No lo hice en cualquier dirección, sino que fui hasta el mueble donde tenía más cartuchos para el arma.

Para mi suerte no había caído lejos del estante donde estaban guardados los cartuchos de la escopeta. Al llegar hasta el mueble tuve que hacer un esfuerzo extra para tirarlo al suelo ya que no alcanzaba el cajón donde estaban los cartuchos. Con dificultad logré abrir el cajón y tomé un par de cartuchos y los introduje en el arma. Con el dedo puesto en el gatillo, me giré en dirección a donde supuéstamente debía estar el monstruo y sin fijarme si estaba ahí apreté el gatillo, liberando una ola de perdigones en esa dirección, pero lamentablemente solo conseguí dañar la pared de la casa. Él se había movido.

Sin pensarlo dos veces, volví a introducir otro cartucho en el arma, y puse unos cuantos más en mi bolsillo. Luego comencé a buscarlo con la mirada. No debía estar muy lejos, ya que con la herida que le había propinado debía estar bastante débil. No le encontré. Desde mi posición habían muchos lugares a los que no podía ver, por lo que me levanté muy lentamente, ayudándome con la escopeta. Una vez de píe lo pude ver. Estaba arrastrándose hacía la puerta de la casa, y uno de los sillones lo protegía parcialmente, y por eso no había podido verle desde el suelo; pero ahora que yo estaba de píe podía dispararle sin problemas, incluso apuntando solo con mi brazo derecho, ya que el izquierdo había quedado inutilizado por la herida que me había hecho en el hombro. Tomé aire y sacudí mi cabeza un par de veces para poder despejarme y me apresté a disparar. Apunté hacia su espalda y apreté el gatillo dos veces seguidas. Los perdigones se incrustaron en la carne y lo vi retorcerse del dolor, pero seguía arrastrándose. Cargué nuevamente el arma y volví a disparar, pero esta vez a sus piernas. Uno de los disparos casi le corta una de ellas, y con esto dejó de moverse. Fue aquí cuando le escuche decirme que por qué le hacía esto, que por qué era tan cruel. Le respondí diciéndole que él era un monstruo y que no merecía vivir. Diciendo eso, volví a cargar el arma y me apresté a terminar con su vida, pero antes de que le disparara a la cabeza él me dijo que igual yo estaba acabado, ya que otros vendrían por mi y que en la condición en que estaba no podría defenderme. No le respondí y simplemente jalé del gatillo y le volé su cabeza. Estaba muerto.

Tras quedar mirándolo por unos segundos, me di vuelta y caminé lentamente hasta el sillón que estaba cerca de la chimenea. Con mucho cuidado me senté en el. Solté el arma, y con la mano derecha saqué un paquete de Lucky y el encendedor que tenía en el bolsillo de la camisa. Tomé un cigarrillo del envase, lo puse en mi boca y lo encendí. Le pegué un par de aspiradas y me quedé mirando el techo por un momento. Al cabo de un rato me dije a mi mismo en voz alta que por poco no la cuento y que para la próxima vez debía ser más cauteloso. Pero antes de que pudiese terminar la frase otra vos me interrumpió diciéndome al oído que esto aún no había terminado; y antes de que pudiese reaccionar clavó sus dientes en mi cuello y comenzó a beber de mi sangre.

Podía sentir como me iba desvaneciendo poco a poco con cada gota de sangre que bebía de mí. Ya no sentía ganas de luchar contra él, por lo que simplemente me dejé llevar pensando en que había hecho lo mejor que podía y que jamás se me había ocurrido que tendría que luchar contra dos vampiros a la vez. Podía sentir como su respiración se aceleraba con cada trago de sangre que bebía. El final estaba cerca.

Ya no podía mantener los ojos abiertos. Me sentía muy cansado. Había perdido mucha sangre por mis heridas y por la que él me estaba robando y por ello cada vez mis sentidos me fallaban más. Todo debía acabar pronto, o por lo menos eso creía, pero de un momento a otro pude sentir como había dejado de beber mi sangre. ¿Por qué se habría detenido? ¿Por qué no acabaría conmigo? ¿Será que quiere convertirme en uno de ellos?

Tenía tantas preguntas en mi mente y ninguna de ellas encontraba respuesta. Lo único que sabía en ese momento era que por alguna razón él no había acabado conmigo y yo aún no estaba muerto. Podía escucharle dar vueltas alrededor mío, como si estuviese esperando que pasara algo. No podía abrir los ojos; éstos me pesaban tanto que el puro esfuerzo de abrirlos casi me deja sin respirar.

Poco a poco iba sintiendo como un calorsito se iba expandiendo por dentro de mi. Primero mis brazos, luego el pecho y por último mis piernas. Algo viajaba dentro de mi cuerpo. Por un momento fue una sensación agradable, pero ésta no duró mucho. A los pocos segundos de que todo mi cuerpo estuviese invadido por esa sensación, comencé a sentir convulsiones, las que iban acompañadas de un dolor tan intenso que no me dejaban ni gritar. De mis ojos brotaban lágrimas con cada puntada que sentía, las cuales corrían por mis mejillas y caían en el sillón. De pronto el dolor se acabó y pude escucharlo como acercó su boca a mi oído y me dijo algo que no pude entender, salvo una palabra: bienvenido...

miércoles, 2 de junio de 2010

Odio

Sabía lo que tenía que hacer. Lo venía planeando desde la primera vez. No podía dejar que siguiera saliéndose con la suya. Nunca más lo dejaría hacérmelo. Sabía lo que tenía que hacer, pero por alguna razón no podía hacerlo.

El cuarto estaba oscuro. Le gustaba así. Nadie podía vernos si todo estaba oscuro. El maldito no me dejaba salir. Decía que el exterior me corrompería y que solo él podía protegerme. Lo odio.

El volvía usualmente a las 7 a la casa. Mis hermanos pequeños estaban acostados para cuando el llegaba. Gracias a Dios aún eran muy chicos para que les hiciera lo mismo. No lo dejaría, primero debería matarme.

El día de hoy, él había avisado que llegaría más tarde. Tenía una cita me dijo.No importaba, me daba más tiempo para prepararme. Sabía lo que tenía que hacer, era hoy o nunca. De igual manera seguí con el plan. Les serví la comida a mis hermanos a la misma hora. No quería que se dieran cuenta de nada. Luego de cenar vimos televisión un rato, y luego hice que se acostaran.

Esperé a que se durmieran y fui al comedor. Tenía que repasar el plan una vez más. Era simple. El cuchillo ya estaba bajo mi almohada. Lo usaría cuando el no estuviese prestando atención a lo que yo haga, debido a que él estaría haciéndomelo. El plan era simple, ahora solo debía esperar.

Mientras esperaba en el comedor me repetía una y otra vez el plan. No quería que me surgieran dudas. Tenía que hacerlo. Las horas pasaban y el no llegaba. ¿Me había descubierto? me preguntaba una y otra vez. Imposible. Nunca hablé de esto en voz alta. No tenía como enterarse. ¿Por qué no llega? Lo odio.

Eran más de la 1:15 am y el aún no llegaba. De repente sonó el teléfono. Corrí a contestarlo. Era una mujer la que llamaba. Era la cita de él. No podía creer lo que me estaba diciendo. Ella cortó y yo seguía colgada al teléfono. No podía creerlo. Estaba muerto. Atropellado cuando cruzaban a buscar el auto, me dijo ella. Ya no estaba. No volvería a casa. Maldito. Me habían quitado mi venganza. Tenía que ser yo. Ahora nunca podré sacármelo de encima. Lo odio.

No había nada que hacer. Él no volvería a casa. Ahora nunca podría vengarme. Las pesadillas nunca se irían. No podía vivir así. No con él en mis sueños. Fui a mi cuarto y tomé el cuchillo que había puesto bajo la almohada y me lo clave en el corazón. Caí de inmediato al suelo pensando que tendría que haber sido su corazón. Lo odio.

martes, 25 de noviembre de 2008

Amnesia, Parte 1

Sonó el despertador a las 6 am, y al abrir los ojos no reconocí la habitación en que estaba. Al principio no podía ver mucho, estaba muy oscuro y le tomó un par de minutos a mis ojos acostumbrarse a la poca luz. Una vez que pude ver más, me di cuenta de era un cuarto de un hotel. ¿Cuál? No tenía la menor idea. A mi lado había una mujer. Estaba desnuda y parcialmente cubierta por las sabanas. No sabía quien era. ¿Qué estaba pasando? y más importante ¿Quién era yo? No recordaba nada.

Me levanté despacio. No quería despertarla. Tenía que descubrir algo, sobre mi y sobre dónde estábamos, antes de encararla. Ella podía ser mi esposa, una novia, cualquier cosa. No quería problemas. A lo menos por ahora.

Me moví despacio por la habitación tratando de hacer poco ruido. Pero era difícil caminar, había ropa tirada por todas partes. Cogí unos pantalones que había en el suelo y me los puse. Al parecer algo loco pasó anoche entre ella y yo. ¿Pero quién era? ¿Por qué no me acuerdo de nada?

Con un poco de esfuerzo llegué al baño. Cerré la puerta con cuidado y prendí la luz. Ahí estaba yo, parado frente al espejo sin poder reconocerme. Pasé varios minutos mirándome al espejo, como esperando a que de pronto todo volviese a mi. Nada pasó.

Me lavé la cara con agua fría y salí del baño. Al abrir la puerta volví a verla. Aún dormía. Se notaba relajada. Era bella. Tenía su cabello rubio suelto. Su cuerpo era hermoso, casi perfecto. ¿Quién era ella?

Me moví despacio hacia la cama y me senté en el lado derecho cerca del velador. Habían varias cosas sobre él. Una billetera, un paquete de cigarrillos, un caja de fósforos del hotel y una copa de champagne semi vacía. Tomé los fósforos, la etiqueta decía "Hotel Continental". Los dejé rápidamente y luego cogí la billetera y la abrí. Era mía. Tenía mi carné de identidad, mi licencia de conducir, tarjetas de crédito, chequera, algo de dinero en efectivo, estaba todo ahí. Un poco nervioso saqué de ella el carné de identidad. Al parecer mi nombre era Alexis Terjov y tenía 31 años. Por lo menos ahora sabía mi nombre, pero no había descubierto nada sobre todo los demás, en especial sobre quién es la mujer que está durmiendo a mi lado, y qué hacemos en este hotel.

Dejé la billetera sobre el velador y tomé los cigarrillos y los fósforos, por lo menos recordaba que me gustaba fumar, y con ellos salí a la terraza de la habitación. Estaba fresco y corría una brisa de vez en cuando. Prendí un cigarrillo y me puse a mirar hacia los alrededores buscando algo familiar que me ayudase a recordar. Mientras veía los edificios y como comenzaban a apagarse las luces de la calle a medida que iba saliendo el sol me repetía una y otra vez la misma pregunta ¿Qué ciudad es esta? ¿Dónde estoy? No sabía donde estaba y nada de lo que veía mee era familiar.

Mi cigarrillo ya se había consumido y aún sentía la necesidad de seguir fumando, por lo que tomé otro y lo encendí y le dí una gran bocanada. Mientras botaba el humo sentí como se habría la ventana que daba a la habitación. Rápidamente, y medio nervioso, me voltie para ver quién era. Allí, en el marco de la ventana apoyada sobre su hombro derecho, estaba ella. Se había puesto una camisa grande, debía ser mía. No sabía que decirle. No recordaba su nombre, ni quién era, ni que hacíamos aquí los dos.

Al principio solo nos miramos. Yo trataba de no mostrarme muy sorprendido, pero era difícil. Ella era realmente hermosa. Me costaba no mirarla fijamente. Por su parte, ella jugaba con los botones de la camisa que llevaba puesta. Los abrochaba y desabrochaba, como insinuándome algo. Al final fue ella quien rompió el silencio. -Hola guapo, ¿me extrañaste?- dijo sonriendo. No le contesté. No sabía que responder, solo me limité a darle una bocanada al cigarrillo. -No te me hagas el tímido ahora. Anoche no lo fuiste- me dijo mientras se caminaba hacia donde estaba parado. Cuando estuvo a mi lado tomó mi cigarrillo y lo arrojó por el balcón. Y luego de eso me abrazó por la cintura y comenzó a besarme. No me resistí. Por Dios que besaba bien.

Tras dejarme medio atontado por el beso, me tomó por el brazo y me llevó al cuarto. Una vez dentro me empujó sobre la cama y se subió arriba mio diciendome -Espero que hayas guardado algo de la fuerza que tenías anoche- No le respondí. Cuando comenzó a desabotonarse la camisa fue cuando me pareció ver un reflejo en el edificio de al frente. Al principio no pude ver bien que era, ya que ella no dejaba de besarme, pero tras esforzarme un poco más lo vi. Era una persona con rifle de francotirador apuntando justo a donde estábamos nosotros, y justo antes de que este disparara logré hacernos rodar a ella y a mi a un costado de la cama. Y antes de que pudiésemos levantarnos el asesino comenzó a disparar varios tiros hacia el cuarto, pero para suerte nuestra la cama nos protegía de ellos.
-¿Qué rayos está pasando?- me preguntó ella muy asustada.
-No tengo la menor idea- le respondí evitando que ella se levantara.
-¿Cómo que no tienes idea?
-No la tengo, la verdad no tengo idea de todo lo que esta pasando hoy.
-¿A que te refieres?
-Como escuchaste. Me desperté hoy sin saber quien soy, ni que hago aquí. Tampoco recuerdo tu nombre y que relación tenemos los dos.

Ella no dijo nada más. Se había puesto a llorar. Yo me sentía como un bastardo porque si no hubiese sido por el francotirador estaríamos teniendo sexo. Pero ahora no había tiempo para más explicaciones. Teníamos que salir del cuarto. Recogí las ropas que estaban cerca nuestro y las arrojé hacia el baño, tomé la mano de ella y hice que me siguiera gateando hacia el. Una vez dentro nos pusimos de pie y antes de que pudiese decir algo, ella me dio una bofetada. Me la merecía. Pero cuando trató de darme otra le detuve el brazo y le dije -Se que piensas que soy un bastardo, pero no hay tiempo para esto, tenemos que salir de aquí. Nos miramos un momento y luego ella sacudió su brazo y yo se lo solté. Cogimos las ropas que había tirado y nos las pusimos. Cuando estuvimos vestidos nos acercamos a la puerta del baño. No se oían más disparos. -Tenemos que movernos rápidamente hacia la puerta del cuarto y salir- le dije muy serio. -Lo se, no podemos darle oportunidad de apuntar- me respondió. Contamos hasta tres y abrimos la puerta, y velozmente, como si esto lo hubiéremos hecho muchas veces, nos movilizamos hacia la otra puerta. Logramos esquivar un par de disparos más y salimos del cuarto. Por ahora estábamos a salvo, o por lo menos eso quise creer.